Hay días en que mover el cuerpo parece una hazaña. Pero bailar —aunque sea en pijama— puede ser una medicina suave. Esto no va de pasos perfectos
¿Hace cuánto que no bailas sin motivo? No en una clase, no en una boda. Me refiero a poner una canción que te encienda y dejar que el cuerpo se mueva como quiera, aunque nadie esté mirando. O mejor: precisamente porque nadie está mirando.
Cuando el día pesa, cuando la mente no calla, cuando sentimos que no somos suficientes... bailar puede ser un pequeño gesto de ternura radical. No se trata de hacerlo bien, sino de hacerlo. Como quien dice: “Estoy aquí, sigo en mí, me doy permiso.”
No sé tú, pero yo he bailado llorando. También he reído bailando. Y otras veces, simplemente he respirado mejor después. Es curioso cómo algo tan simple puede ser tan reparador.
Bailar libera. Pero también enraiza. Nos recuerda que tenemos un cuerpo, sí, pero sobre todo que ese cuerpo es nuestro. Que podemos habitarlo con gusto, no solo con exigencias.
No hace falta una coreografía. Hace falta una intención: moverse por el simple placer de estar vivos.
Quizá justo hoy no te apetezca. Perfecto. Pon esa canción que siempre te da escalofríos y mueve solo un dedo del pie. O los hombros. O la cadera, aunque sea medio segundo.
Empieza pequeño. El cuerpo recordará el resto.
Un rincón, una playlist, una luz tenue. Algo que solo sea tuyo. Que no tenga objetivo más que el de sentirte un poco más tú cada día. A veces eso basta.
Quiroga, M. (2023). El cuerpo emocional. Editorial Kairos.
Sternberg, E. (2009). Healing Spaces: The Science of Place and Well-Being. Harvard University Press.
Explora los entrenamientos gratuitos de Gala. Bailes, rutinas y movimiento consciente para reconectar.
Entrena con nosotrasCategorías: : Autoestima, Bienestar, Filosofia